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El Morro: cerro «El Muerto»

Las aventuras reviven a «El muerto» y las tradiciones ancestrales se mantienen vigentes.
Un estrepitoso sonido irrumpe en la silente y calmada comunidad de El Morro. Es el arranque de los motores 4×4 que se hacen presentes en esta pequeña parroquia rural de Guayaquil. El ronroneo de los buggies y los cuadrones llega a ponerle el toque extremo a este sitio, donde estas actividades forman parte de la oferta turística que hallarás en la Ruta del Pescador, claro está impulsada por la Prefectura del Guayas, para promover sus atractivos.

Luego de aproximadamente una hora de viaje en carro desde Guayaquil, y diez minutos del cantón Playas, se accede a este circuito lleno de adrenalina, que deja más que por sentado que allí no solo se le apuesta a la tradicional fórmula de arena, sol y mar. El turismo de aventura también tiene su espacio.

La propuesta la encabeza Alejandro Pincay, un entusiasta veinteañero que anhela convertir a El Morro en un destino extremo. «Todo surge después de un viaje que hice con mi esposa a Punta Cana, República Dominicana, donde se podían hacer actividades como andar en cuadrón, escalar y bucear… Entonces, vimos que también lo podíamos implementar aquí, ya que contamos con los recursos naturales y todas las facilidades para operar», comparte Pincay, propietario de ‘Los Puertos’, única operadora de turismo especializada en actividades de aventura de la zona.

Inicialmente el circuito que elijo es el de 90 minutos, el más corto. A medida que pasaba el tiempo, la diversión aumentaba, y con ello las ganas de seguir maniobrando estos motorizados por los irregulares senderos morrenses. El paseo tenía que extenderse a la opción más larga: de 3 horas. Los ánimos lo pedían y era más que meritorio hacerlo para aprovechar al máximo la visita a esta zona costera guayasense, donde los recorridos giran entorno a “un muerto”.

Sí, como lo lees, “un muerto”, pero no te asustes. No se trata de una visita al cementerio, ni de un entierro o un velorio. Tampoco me refiero a un cadáver humano o animal, sino a un cuerpo inerte mil veces más grande, que corresponde a una elevación rocosa natural, que al ojo humano -visto desde un punto distante-, mimetiza el perfil de una persona acostada con las manos al pecho. Razón por la cual fue bautizado como ‘El Muerto’, que no es más que un conjunto de tres cerros no mayores a los 100 metros de altura sobre el nivel del mar.

Tras recibir las respectivas recomendaciones para el manejo óptimo y seguro de los cuadrones y buggies, empezamos la aventura a pocas cuadras de la Iglesia San Jacinto de ‘El Morro’, una de las más antiguas de la costa ecuatoriana, que data del siglo XVII. Allí, desde una de las ventanas del campanario se revela a nivel macro el perfil del ‘cadáver rocoso’, el cual estábamos por visitar.

La aventura la empiezo subido en uno de los buggies, sencillos de manejar, inclusive para principiantes, gracias a su sistema automático, donde solo basta tomar fuertemente el volante, y disponer el pie para acelerar y frenar en el momento preciso. Desde el primer arranque las nubes marrones empiezan a levantarse y rápidamente a expandirse con los vientos ‘veraniegos’, típicos del litoral ecuatoriano durante los meses de junio a noviembre. No se diga cuando aumentas la velocidad. Allí la polvareda se torna más densa, bloqueando la visibilidad y dificultando la respiración. Por ello, hay que estar más que preparado para contener por varios segundos el aliento y repetir la acción constantemente, para intentar no ‘comerse’ la tierra alborotada por las llantas.
Sin duda, ir vestido de blanco no es la mejor opción, ya que terminarás completamente embarrado. Algo que se vuelve ventajoso para el equipo de Los Puertos, quienes aprovechan la situación para vender sus camisetas a los viajeros. Son aspectos que vuelven más excitante y extremo el viaje, que adicionalmente contará con patinazos de llantas, resbalones y hasta estancamientos de carros. Mientras tanto, volviendo a la realidad actual, seguimos el rastro nuboso, similar al que deja el corre caminos tras huir del coyote.

Encaminados por los angostos, curvados e irregulares senderos, en un vaivén, y sube y baja constante, cual montaña rusa, nos dirigimos a “El Muerto”. En el transcurso, el escenario paisajístico nos envuelve con su peculiar encanto. Matorrales y árboles mayoritariamente deshojados, con escasas flores y vainas secas colgantes en verano, con especies como el bototillo, guayacán, muyuyo, entre otras decenas que superan las treinta, ‘montan’ la ‘obra’ natural. Se trata de un entorno semiárido, típico de un bosque seco tropical, en el cual se refugian aves endémicas como el negro fino o matorralero, la tortolita ecuatoriana y el periquito del Pacífico, de acuerdo a estudios del Departamento de Medio Ambiente de la Prefectura.
Subiendo ‘El Muerto’

Después de un poco más de 20 minutos de pura adrenalina en los automotores, hacemos la primera parada en las faldas del cerro, por la nuca de ‘El Muerto’, para subir a pie a la gruta de la Virgen de la Roca. El acceso es sencillo, se asciende por las más de 100 escalinatas de cemento ‘resguardadas’ con 15 columnas que narran con sus placas de mármol el Vía Crucis de Jesús, revelando el fervor católico que siempre ha existido en la parroquia. El desgaste de la construcción donada por los devotos sugiere que su edificación podría tener algunas décadas. O, al menos, más de 20 años, asegura Alejandro, de 27 de edad, quien recuerda haberlas visto desde pequeño, cuando exploraba con fascinación el área.

A medida que subimos el viento nos envuelve más y más con su refrescante soplido, sobre todo cuando estamos de frente a la Virgen, que está rodeada de grafittis y mensajes escritos sobre la roca de aquellos que quisieron dejar su huella no autorizada en el sitio. Hasta inscripciones de amor hechas con corrector líquido (liquid paper) hicieron de las suyas en la gruta.

De espalda a la imagen, de frente al pasamanos, se observa la primera panorámica -aunque parcial- de las 55 hectáreas del territorio protegido. Para tener una imagen completa, de 360°, es necesario escalar hasta la cúspide de la cabeza de ‘El Muerto’. Y para ello, hay que tomar un camino alterno que bordea la ‘nuca’.

Ya inmersos en este sendero natural de roca viva, aplicamos nuestros dotes de equilibristas para no caer al precipicio. Es que, para subir con mayor seguridad, se recomienda ir con el equipo de escalar, sostenidos con las sogas en los puntos de anclaje, los cuales ya están señalados, para su próxima colocación. Por lo pronto hay que adaptarse a la situación e ir con cuidado, jamás solo, sino siempre con un guía que conozca el sendero exacto por el que hay que caminar.

Después de 10 a 15 minutos de escalada regular, con un grado de dificultad medio-bajo, coronamos la cumbre donde se levanta una cruz de cemento de más de dos metros de alto. Como ‘festejo’ personal, abro los brazos, cierro los ojos e imagino que vuelo por los aires, suspendido con el fuerte viento veraniego.

Algo que próximamente no habrá que imaginar, sino que será una realidad con la adecuación de dos cuerdas de canopy, que pretenden conectar la ‘cabeza’ con los ‘brazos’ del muerto. «Ya contamos con los permisos», asegura Alejandro.
Al ritmo del
pedaleo

Al bajar de la ‘cabeza’ del cerro, era tiempo de cambiar de transporte. Pasamos de uno automatizado a uno accionado por el esfuerzo humano mediante el pedaleo. Era tiempo de volver a las tierras bajas, pero esta vez con la bicicleta, para ahora ejercitar las piernas y manejar hasta los ‘pies’ de ‘El Muerto’.
Por sencilla que parezca la actividad, hay que tener cuidado, sobre todo en las bajadas. Siempre hay que estar pendiente del freno derecho, jamás del izquierdo, porque te podría lanzar por los aires y terminarás en el suelo.
Ya de regreso, después de conducir el buggie, caminar, escalar y andar en bicicleta, solo faltaba manejar el cuadrón. Su sistema es mecánico, con embrague y cambios, como en un automóvil, pero con los dispositivos ubicados en otros sitios. El freno no está en el timón, como en una bicicleta; sino en el pedal, como en un carro; se acelera y se embraga con unos botones y no con pedales, lo cual se torna confuso al inicio, dándome un pequeño susto, al olvidar la posición del freno. «¡No puedo frenaaaaar!», grito del susto, hasta enseguida recordar cómo detener el artefacto.
Toda una aventura extrema de más de tres horas, llena de emociones y diversión, digna de repetir en El Morro, una parroquia que también conserva sus tradiciones gastronómicas, que nos disponemos a probar para saciar el paladar, después de haber satisfecho nuestra cuota de adrenalina.

Una tradición que deleita el paladar

Un peculiar aroma gobierna las calles de El Morro. Es el exquisito perfume del pan recién salido del horno que se prepara a pocos pasos de la Iglesia San Jacinto, en la tradicional Panadería San Francisco, como un legado que se mantiene vivo en el pueblo hace 95 años y que en la actualidad se abre al turismo.

Todos los días, desde la madrugada hasta la noche, Wimper Consuegra, elabora arduamente con sus nobles y desgastadas manos este manjar de harina, que forma parte de la dieta básica de los ecuatorianos. «Me levanto a la 01h00 y me quedo hasta las 19h00 en este trajín», cuenta el cuadragenario panadero, mientras introduce hábilmente con una alargada pala las charolas de pan en el antiguo horno de leña; el mismo que han utilizado su padre, su abuelo y su bisabuelo desde 1918.

Con él, son cinco generaciones que han venido desarrollando y perfeccionando este arte culinario. Para Wimper, quien empezó su etapa de aprendizaje a los 10 años de edad, fue un acto de amor hacia su padre que lo impulsó a continuar con el negocio. «Mi papá estaba solo y fui el único que se quedó apoyándolo. Mis hermanos crecieron, se fueron y se dedicaron a otras actividades», cuenta.

En total hornea diariamente entre 800 y 1,200 unidades, que se «se agotan enseguida», cuenta María Granados, una de sus cuñadas que lo ayuda a formar el pan, más no a amasarlo. Es que, él es único encargado de esa labor, nadie más, aunque espera en algún momento pasar la posta a uno de sus sobrinos. «Yo no tengo hijos, pero ojalá alguien de los demás descendientes se encariñe y continúe», expresa.

Hasta entonces, sigue contento vendiendo al público sus deliciosos manjares de sal y dulce, que son posibles verlos elaborar en vivo y en directo, previa cita.