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El Grinch -el personaje de rostro verde que odia la Navidad- se robó la fiesta de este año en Rio de Janeiro, bajo la forma de recesión devastadora, corrupción galopante y salarios no pagados.

Un puesto de una feria popular del centro de Rio de Janeiro.

Las cosas están tan difíciles, que los cariocas no verán el enorme y tradicional árbol de Navidad que se erguía por estas fechas en la laguna de la zona sur de la ciudad. Y ni siquiera hay luces en las calles.

En las tiendas, hay más abatimiento que espíritu navideño.

«Es realmente una Navidad muy monótona. La gente no vibra», afirma Daniela Santiago, de 41 años, mientras busca regalos para niños en una tienda que vende juguetes baratos y decoraciones importadas de China. «La mayor parte de mis amigos y familiares están desanimados».

Desempleada desde que perdió su trabajo en recursos humanos, Daniela vive con su madre, una maestra de escuela que no cobra su salario integral desde septiembre.

Es difícil imaginar que sólo hace unos meses Rio de Janeiro acogió los Juegos Olímpicos.

Hoy, en la llamada Ciudad Maravillosa, los temas de conversación más recurrentes son la criminalidad y, especialmente, lo que todo el mundo simplemente llama «la crisis».

«La crisis», una forma abreviada de designar la feroz recesión de la economía brasileña, la casi bancarrota del estado de Rio, la huida de los inversores, cerca de un 12% de desempleo y un escándalo de corrupción que alcanza a toda la clase política, incluso al presidente Michel Temer.

Los clientes de una peluquería en Copacabana «hablan de la crisis todo el tiempo», confirma el barbero Jorge Almeida, de 41 años. Cuenta que su cuñada, una médica funcionaria del estado, tampoco ha recibido su salario en los dos últimos meses.

Almeida estima que su negocio factura entre 20% y 30% menos que en las últimas semanas de 2015. «Los cortes de cabello están quedando en segundo lugar, después de lo que es realmente necesario, como la comida», resume.

– Fin de año con menos brillo –

La fiesta de Año Nuevo -una tradición que congrega a dos millones de personas en la playa de Copacabana para la cuenta regresiva de medianoche- también sufrirá recortes.

Los espectaculares fuegos artificiales, una de las imágenes de los festejos más conocidas en todo el mundo, durarán este año solo 12 minutos, en lugar de los 16 habituales.

Y la «chispa» característica de la víspera de Año Nuevo no se siente en el aire, asegura Elaine Maria Silva, de 29 años, encargada de un puesto de alquiler de sillas playeras.

«Todavía no instalaron el escenario musical. Usualmente, en esta época ya estaría montado», ilustra, sin dejar de vigilar a sus clientes en el segmento de arena más popular de Rio, colmado de bañistas incluso los días de semana.

La poda más dramática de esta Navidad en Rio ha sido la del gigantesco árbol flotante construido hace 20 años en la laguna Rodrigo de Freitas, donde se disputaron las pruebas de canotaje en Rio-2016.

Bradesco, el banco que financiaba el árbol de 53 metros de altura y una frondosa iluminación, anunció de manera abrupta en noviembre que ya no lo patrocinaría.

«Solía ser un gran evento», asegura Fabio Ferreira de Souza, de 40 años, que vende refrigerios junto a la panorámica laguna. «Sin el árbol, nadie vendrá aquí», se lamenta.

Los economistas predicen que Brasil saldrá lentamente de la crisis en 2017, pero pocos cariocas se sienten optimistas. Mucho menos al ver cómo la crisis política en Brasilia se agrava cada vez más por los incesantes escándalos de corrupción.

Jack de Haan, dueño de la joyería Raul en Copacabana, recuerda los viejos -y buenos- tiempos de Brasil hace 30 años, cuando inmigró desde Holanda. Poco a poco, las cosas fueron empeorando para este comerciante de 63 años.

Esta temporada navideña resultó «terrible».

«La semana pasada no vendí nada. Cinco días sin vender nada, con una tienda tan linda…», lamenta De Haan, cuya melancolía contrasta con el fulgor de los topacios, ágatas, amatistas y otras piedras semipreciosas que exhibe en su tienda.

«Es una pena… la política, la corrupción. Si no fuera por eso, Brasil sería diferente», asegura.

 

Fuente: AFP