La violencia doméstica es una lacra social que nos encontramos en todas las culturas, países y estratos sociales.
La violencia doméstica es una lacra social que nos encontramos en todas las culturas, países y estratos sociales. Aunque las mujeres también pueden ser las que infligen los malos tratos, son de forma más habitual las víctimas. Según la OMS alrededor del 35% de mujeres en el mundo han sufrido violencia física y/o sexual de pareja o por terceros en algún momento de su vida. Está claro que con estos datos, la violencia doméstica es un problema a nivel mundial que requiere atención por parte de las instituciones y también, por qué no, del ámbito más científico.
En este sentido, se llevan a cabo investigaciones que intentan comprender y explicar qué es lo que lleva a un ser humano a agredir a aquellos con los que convive. Entre otras cosas, parece que el funcionamiento cognitivo de los agresores domésticos podría ser distinto del de las personas no violentas, con especial relevancia de lo que conocemos como funciones ejecutivas. Una de esas investigaciones se ha realizado en la Universidad de Jaén, en España.
En esta investigación se comparó el rendimiento en una prueba de funcionamiento ejecutivo de un grupo de maltratadores domésticos con el obtenido por otros grupos de delincuentes: sexuales, violentos y no violentos. También se incluyó un grupo control compuesto por participantes no delincuentes. La tarea evaluada se conoce como Trail Making Test y tiene dos partes. En su parte A, el individuo debe trazar una línea continua que una los números del 1 al 25 presentados desordenados y dentro de sendos círculos en una hoja de papel. En la parte B, se presentan círculos con números o letras y la actividad requiere ir uniendo de forma alterna cada número con su letra correspondiente alfabéticamente hasta llegar al último elemento.
Más problemas en la flexibilidad mental
Los resultados, aparecidos en la revista científica Medicine, Science and Law, mostraron que, efectivamente, los agresores domésticos presentan un funcionamiento ejecutivo alterado. Tanto ellos como el grupo de agresores sexuales necesitaron más tiempo para completar la parte B del test. Por otro lado, el grupo de agresores violentos mostró más errores en esa parte de la prueba, entendidos como más fallos en el control de la impulsividad.
Lo que el autor concluye es que los datos parecen sugerir que tanto los agresores domésticos como los de tipo sexual parecen mostrar más problemas en la flexibilidad mental y el control ejecutivo, lo que podría explicar en parte las interrelaciones que existen entre estos tipos de violencia. La flexibilidad mental es lo que nos permite, por ejemplo, ajustarnos a los cambios e imprevistos, o poder tomar diferentes puntos de vista ante una situación o problema. Esperemos que todos estos conocimientos sirvan para poder trabajar mejor con estas personas y sus familias, y sobre todo para poder prevenir en lo posible este tipo de comportamientos tan aberrantes.
Aprende a reconocer a un maltratador psicológico
¿Alguien de tu entorno te genera malestar? ¿Te machaca y te hace sentir culpable? Cuidado, porque el maltrato psicológico es muy nocivo.
Nada de ojos morados. Aquí, «el daño se causa sin tocar a la víctima, nadie parece darse cuenta de lo que pasa», explica el psiquiatra Luis de Rivera. Al principio, se sume en un estado constante de temor, desasosiego e impotencia. Siente que, para que todo vaya bien, debe actuar de determinada manera, pero las exigencias que el maltratador le impone siempre son imprecisas, imposibles o impredecibles. Ante las crecientes críticas, humillaciones y burlas –ya se produzcan estas en el colegio, en el trabajo o en casa–, su autoestima se resiente y llega a dudar de su propia cordura. Su miedo a contrariar al otro crece, y llega el aislamiento.
«El sentido de propósito, la confianza, el compromiso con un modelo de futuro, la pertenencia a un grupo… son los valores que se destruyen, dejando a la víctima sola, desilusionada, desesperanzada, rota la vivencia de continuidad en su vida», apunta el psiquiatra.
Con sus capacidades mermadas ante un estado constante de ansiedad, empieza a fallar en sus obligaciones, no puede cumplir con su trabajo, no atiende a sus hijos tan bien como antes, suspende los exámenes. Su fracaso refuerza su baja autoestima.
Antes o después, la situación traumática acaba produciendo síntomas clínicos. Entre ellos, depresión y patologías típicas de los síndromes de estrés: hiperactividad simpática, problemas para dormir, trastornos alimentarios, ansiedad, desorientación, síntomas psicosomáticos e irritabilidad.
Incluso, como señala Natalia Hidalgo, del Centro de Investigación Mente, Cerebro y Comportamiento de la Universidad de Granada, en muchos casos de violencia psicológica, “la vivencia de estrés postraumático y el efecto del cortisol segregado en situaciones crónicas puede dejar secuelas físicas, neurológicas y cognitivas”. Y desembocar en multitud de enfermedades graves con componente psicosomático, como fibromialgia.
Cuanto antes detectemos el problema, más fácil será cortarlo, pedir ayuda o reconducir la situación. En muchos casos, es recomendable el acompañamiento terapéutico, aunque a veces la persona afectada decide superar sola la experiencia traumática.
Fuente: Muy Interesante