Cargando
.

Lee la revista aquí

¿Necesitamos una píldora de «ubicatex»?

 

En varias ocasiones me he cruzado en el camino con mujeres que llaman la atención de una forma particular y que al mirarlas generan una especie de confusión por lo que están intentando proyectar al vestirse y arreglarse de manera muy lejana a la realidad de sus años y de su físico. En muchos de los casos encuentran hombres por lo regular más jóvenes, que, percibiendo esa inseguridad disfrazada, aprovechan ciertos beneficios y hasta a veces como una suerte de cuidado maternal a cambio de ratificarles esa juventud “perpetua”. En otros casos, en cambio reciben la amarga sensación de un evidente rechazo, al que descartan suponiendo que ya habrá otra oportunidad para conquistar.

 

Y esta descripción refiere a un tipo de mujer que no escatima recursos de todo tipo para “congelar” su juventud; aquellas que a toda costa intentan borrar o suspender los años de su vida. En ese intento están desde las que falsifican documentos de identidad para que les cuadre la información que manejan socialmente, las que solo nombran a los hijos menores porque si mencionan a los mayores denotarían su real edad. Así mismo, están las que acuden a toda cirugía posible con tal de borrar las marcas de lo vivido en su rostro y en su cuerpo, y las que empiezan a odiar el tiempo por el desenfreno juvenil que se rehúsan a abandonar.

 

Hace varios años atendí a una paciente de 18 años, a quien se le había diagnosticado un tumor maligno en la garganta. Al revisar su historia personal, ambas fuimos descubriendo que de su mamá, a quien tanto quería, conocía muy poca información real, incluso cuántos años tenía; desconocía a qué edad la tuvo a ella y a su hermana, porque desde que tenía memoria recordaba que a mamá le gustaba que la llamaran “tía”, con la finalidad de que sus pretendientes no sacaran cuentas de la edad que ella decía tener.

 

Mi paciente fue de manera inconsciente desarrollando un cuadro de ansiedad y depresión cuando en su adolescencia se tuvo que ir convirtiendo en la mamá de su mamá, a quien debía consolar y aconsejar cada vez que se desilusionaba de sus intermitentes novios; también debía compartir su ropa juvenil y de paso le robaba la atención de sus amigos y posibles pretendientes, quienes mostraban tener vivaz admiración por la exuberancia ambulante de su mamá.

 

Talvez ese tumor fue la estrategia que su organismo utilizó para hacerle notar aquellos “nudos en la garganta” que reprimían insatisfacción y frustración desde que su consciencia fue asimilando esta realidad que le generaba mucha vergüenza y dolor, además de fatiga, por la responsabilidad de tener que hacerse cargo de una “jovencita” que se rehusaba a crecer y convertirse en una distinguida mujer madura. Ambas, mamá e hija, recibieron tratamiento. En cuanto a la nena, pudo expresar y desenrollar muchos dolores tragados, que pudo restaurar desde su interior. Conjuntamente con el tratamiento de su afectación, pudo finalmente librarle la batalla a esas células enfermas y hoy por hoy va a pocos escalones de convertirse en unos años en doctora en medicina, felizmente enamorada y con planes de matrimonio.

 

¿Qué es lo que realmente las mujeres hacemos quitándonos los años o vistiéndonos como si tuviéramos una década menos?

Lo que estamos haciendo es ingratamente pisotear nuestra vida. ¿Cuántos años no te sirven en tu suma? ¿Cuáles años le vas a lanzar a Dios de regreso? Podrían ser los años en que diste a luz a tus hijos o talvez ese año en que derramaste tantas lágrimas, pero aprendiste intensamente o quizás lo que quieres es borrar de tu historia aquellos años de tu infancia…

 

Existe algo maravilloso, necesario e intransferible que solo lo otorgan los años aceptados y la existencia vivida. Ese regalo que nos aligera el viaje y lo empieza a hacer más colorido, más cómodo, sin prisa y con menos carga, con el que degustamos mejor los sabores del alma y con el que nos arropamos aterciopeladamente en el amor. Ese obsequio se llama SABIDURÍA, que nos llega en medida dosificada con cada año de vida y cuando viene en dosis extra, suele llegar en un paquete con una fea presentación que no queremos recibirla e inicialmente rechazamos porque llega en forma de enfermedad, pérdida, soledad o traición, pero que una vez que aceptamos la envoltura, percibimos el efecto de esa doble dosis que nos proporciona también el doble de fortaleza, astucia, nobleza y humanidad.

 

Los años nos van quitando a las mujeres sufrimientos absurdos e innecesarios, por lo que visto de esta forma se convierten en los mejores aliados para espantar relaciones y situaciones tóxicas, porque la mujer, con los años, talvez ya no vea tan bien de cerca, pero aprende a reconocer desde lejos a los “vampiros emocionales” que en la ingenua juventud nos roban tanta energía y seguridad.

 

Para ti mujer, amiga, compañera de esta vida: suelta ese pesado y estático armazón de jovencita que muchas veces te ridiculiza y acepta con gallardía cada año, cada década de tu irrepetible existencia. Deja de alimentar la mentira de perpetuar tu rostro juvenil paralizando tus facciones, sin permitirnos reconocer si ríes o lloras, si te asombras o te enojas, porque a veces mirándote nos haces pensar que eres otra persona totalmente distinta. Y con esto no quiero decir que debemos descuidarnos; todo lo contrario, es determinante conservar un estilo de vida saludable que denote salud y esa belleza innata. Y si mantenemos un corazón limpio de amargura, de resentimientos, de culpa, experimentaremos lo que dice en Proverbios: ¡El corazón alegre nos hace más bellas!

 

Cuando la juventud se va, se va, y no regresa, lo cual no significa ser una tragedia porque cada etapa de la vida tiene su propósito sagrado. A tomarse una píldora diaria de “UBICATEX” que cure esa obsesión por la eterna juventud y nos permita bendecir, honrar y agradecer todo lo vivido hasta hoy, descubriendo en cada año el encanto y la belleza de la madurez. Y como dice Arjona: “Señora, no le quite años a su vida, ¡póngale VIDA a los años, que es mejor!

 

Fuente: Revista Mariela.