El vestido de novia, tal como lo conocemos hoy, ha ido cambiando y mutando hasta llegar a ser lo que es. De hecho, se dice que su origen proviene de los tiempos de la antigua Roma, donde usaban túnicas blancas a la hora de contraer matrimonio. En la época de los lombardos, las novias se casaban con túnicas negras y un velo rojo. Durante el Renacimiento, el color no era importante, sino los bordados, las piedras preciosas, las perlas y los diamantes que llevaba el atuendo.
Tiempo después se volvió costumbre llevar vestidos de varios colores. Esos trajes no se utilizaban únicamente para el día de la boda, sino que se volvían a usar en otras ocasiones. El tono plateado solía ser el escogido y reservado para reinas y grandes damas.
Pero, como es común en la moda, quien impuso el vestido de novia blanco fue una importante y reconocida mujer: la Reina Victoria I del Reino Unido. El 10
de febrero de 1840 contrajo matrimonio con Alberto de Sajonia-Coburgo-Gotha, y utilizó un vestido blanco. Al ser una persona tan pública, las novias empezaron a elegir trajes similares en honor a la reina.
Este importante vestido siguió cambiando y en la actualidad el blanco no es lo más importante para muchas. El beige o el rosado -para las más aventureras- han tomado protagonismo.
Fuente: Revista Mariela | n° de edición 94